
La pintura de cerca
Sep 19, 2025Una de las cosas con las que soy muy, muy, pero que MUY pesada con el alumnado es hacer que vean las obras de cerca.
Habitualmente observo que, por defecto, las pinturas se miran de lejos. Está bien. ¿Cómo si no vas a poder apreciar el conjunto, comprender la composición, leer la imagen?
¡Pero luego no se acercan!
Claro, yo no me voy a poner a coger de las solapas a cualquier visitante para insistirle en que le falta una parte esencial. Pero con mi gente de Azul de Acre no tengo ningún problema en hacerlo.
Nos acercamos siempre a las catenarias o cordones que marcan la distancia de seguridad y ahí sucede la magia: la imagen se convierte en materia.
Ver las pinturas de cerca nos permite conectar con la manera que tiene quien pinta de manejarse con las técnicas y procedimientos y la forma en la que concibe la construcción de la imagen, sea figurada o abstracta.
Hay pinturas muy, muy planitas, en las que no se aprecia la huella del pincel en absoluto. Hay algunas en las que más que con pintura encima, la tela parece estar teñida. Hay otras que nos pincharían la palma de la mano si la pasáramos por la superficie (algo que NUNCA, NUNCA, NUNCA se puede hacer, a no ser que haya una señal bien grande que lo permita porque forme parte de la experiencia de la obra).
Cuando te arrimas un poquito descubres cómo cada artista se las ingenia para conseguir los efectos que desea.
Además, seguro que has oído hablar de la pincelada: “La pincelada de Fulanito es muy densa”. “La pincelada de Menganita es muy fluida”. Esa pincelada solo puede verse de cerca.
¿Qué te parece si vemos algunos ejemplos?
Saskia van Uylenburgh. Rembrant. 1635. Óleo sobre lienzo. National Gallery, Londres.
Rembrand era un maestro de la materia. Era capaz prácticamente de modelar con el óleo. Sus empastes son una gozada para la mirada. En el detalle del cinturón /fajín que lleva Saskia se pueden apreciar todos los pegotes (un término muy técnico, como ves) que va colocando para ayudar a construir el brocado que está reproduciendo. Si pudiéramos acariciar el lienzo, notaríamos perfectamente todo el relieve.
La lechera. Vermeer. 1660. Óleo sobre lienzo. Rijksmuseum. Ámsterdam.
Ver las obras de Vermeer de cerca nos permite adentrarnos en un universo de puntitos con el que va construyendo los diferentes grados de iluminación en las formas. De lejos es prácticamente inapreciable, más teniendo en cuenta que muchas de sus obras no son grandes. Pero cuando te acercas se descubre el truco: esas cortezas y migas tan verosímiles se convierten en un baile de lunarcillos.
Retrato de Eleanor, Condesa de Lauderdale. Angelica Kauffmann. 1780-81. Óleo sobre lienzo. Museum of Fine Arts, Boston.
El brillo tornasolado de los tejidos ricos se puede conseguir de muchas formas. Kauffmann opta por recrearlo con una pincelada serpetina que no contiene un único color, sino una mezcla que no es homogénea y permite generar crestas de luz y sombra. Un trazo tan grácil como la retratada.
Tres mujeres con sombrillas. Marie Bracquemond. Tabla. Musée d'Orsay, París.
La búsqueda de la vibración crómatica a través de la colocación de pinceladas de diferentes colores unas junto a otras es uno de los elementos con los que juegan artistas impresionistas como Bracquemond. En su caso llega a emplear una retícula compuesta casi por garabatos de colores que se superponen sin llegar a cubrir por completo el soporte. De lejos, las sombras de una falda que refleja los colores del entorno. De cerca, una frenética sucesión de líneas trabadas en diferentes direcciones.
Retrato de Fernando VII con manto Real. Goya. 1814-15. Óleo sobre lienzo. Museo del Prado.
Goya decía que él no se ponía a contar los pelos de una barba para pintarlos. Su manera de representar lo que ve se acerca mucho a la de Velázquez en tanto que los detalles reproducidos al milímetro les resultan innecesarios para contar lo que quieren. Este es quizá uno de los casos más atrevidos y evidentes, pues medalla, bordados y brocados no son sino un confeti de pintura, más o menos densa. Es como si la realidad se hubiera desintegrado y vuelto a construir y las partículas fueran esas pinceladas de color. Lo esencial está ahí.
Gamma Lambda. Morris Louis. 1960. Acrílico sobre lienzo. Chrysler Museum of Art.
El camino de la pintura en el siglo XX la lleva por una lado a desafiar todos los pilares sobre los que se había ido construyendo un camino que comenzaba en el siglo XV aproximadamente y, por otro, a buscar una esencia (con diferentes conclusiones en función del movimiento y de cada artista). Una de esas esencias era la idea de la bidimensionalidad y del campo de color. Así, hay artistas que experimentarán para que su pintura aporte la menor textura posible o no engrose el soporte. Desaparece la pincelada por completo y la sensación de que hay una capa pictórica sobre el soporte, pues todo se funde.
Ojo, que hay otros momentos en los que tampoco llegamos a percibir pincelada porque esa idea de "gesto" visible no se lleva para nada. Pasa mucho con la pintura académica Del siglo XIX.
Como ves, hay muchas cosas que descubrir cuando nos acercamos y una manera más íntima de conectar con quien ha creado la obra. Te animo a hacerlo por tu cuenta, eso sí, respetando siempre la distancia de seguridad.
Nos leemos pronto.
Cuídate,
Ángela.
P.D. SI quieres leer un poco más sobre lo que ocurre cuando miramos al detalle, escribí esto hace tiempo.
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