Las obras de mi infancia

Apr 27, 2024

Mi vinculación con las artes existe desde siempre, porque formaba parte de la formación y del ocio familiar.

Ello no significa que siempre me hayan gustado, al contrario: muchas veces durante mi más tierna infancia, la idea de plan dominical de mis padres consistente en ir a ver una exposición me resultaba lo más aburrido del mundo. 

De hecho, una de las expresiones que suelen recordarse en mi familia fue la que lancé a modo de saludo cuando nos encontramos con unos amigos en una de estas exposiciones: "vengo obligada".

Afortunadamente, estos contactos con las artes, con diversas disciplinas, hicieron que me acostumbrara a ver y pensar frente a ellas. Y esa sensación de familiaridad sin duda me ayudó cuando poco a poco, la costumbre fue dando paso al interés, la curiosidad y el gusto.

La particular lista que hoy te traigo es una de recuerdos y de impresiones basadas en las emociones de una niña y luego adolescente, en las que el conocimiento académico no entraba en juego. 

Te la comparto porque así es como también nos acercarmos al arte muchas veces, sin conocimiento previo, con una experiencia únicamente basada en nuestros sentidos.

PINTURA DE DEDO

Este recuerdo es más bien el de mi familia, ya que yo debía contar con unos 4 años aproximadamente. Mi madre me cuenta cómo solíamos ir a la Fundación March y que parece que a lo que le prestaba un poco más de atención era a la obra abstracta y aquella en la que había bastante carga matérica.

No recuerdan exactamente la exposición, pero parece ser que una obra de Manolo Millares sí me llamó la atención, porque su técnica y medios debieron conectar con las que yo empleaba en la guardería. Así es como debí señalar al tiempo que exclamaba: " ¡esto es pintura de dedo! ", refiriéndome a aquellas témperas pensadas para aplicar directamente con las manos que utilizábamos en clase. 

Sin título (pictografía). Manuel Millares. 1954. Óleo sobre arpillera. MNCARS

 

MI FASCINACIÓN POR NEFERTITI

De esta impresión sí que tengo recuerdos. Era 1992, yo tenía 6 años y, en Berlín, encontré a Nefertiti. El busto de Nefertiti, hoy expuesto en el Neues Museum, es una de las piezas más emblemáticas del arte egipcio que existen. Recuerdo que al verla me quedé absolutamente prendada de ella, de sus rasgos tan perfectos, de su tocado, de su colorido. Y es que me pasé buena parte del viaje dibujando y redibujando su perfil, intentando de alguna manera ver si era capaz de emular la recreación de tanta belleza. 

 Nefertiti. Egipto, Tell el-Amarna, Imperio Nuevo, XVIII dinastía, ca. 1351–1334 a.c. Neues Museum

 

MI TERROR POR SATURNO

Esta anécdota la cuento siempre que hago monográficos de Goya en el Prado o cuando hablamos de mitología en el arte. De pequeña, ojeaba con mi abuela un libro de mitologías y religiones del mundo. En una de sus páginas se ilustraba el mito de Saturno devorando a sus hijos con la obra de Goya y yo era absolutamente incapaz de sostener aquella mirada aterradora (¿o aterrorizada?) y de mantener el libro abierto. Recuerdo que en algún momento incluso jugaba a una especie de ruleta rusa en la que abría el libro por cualquier página para ver si me mantenía a salvo al caer en otra o me encontraba con aquella obra que me daba la impresión que iba a salir del libro de un momento a otro.

Saturno. Goya. 1820-23. Pintura mural trasladada al lienzo. Museo del Prado

 

MONDRIAN

Seguro que al bueno de Mondrian le daría mucha alegría saber que una chavala sentía bienestar cuando observaba sus composiciones reticuladas, esas que le hicieron más famoso. No sé muy bien la edad que tendría pero sí siento que estas obras me han sido reconocibles desde siempre. 

Ahora sé explicarme el porqué, claro, pero observar esa sucesión de líneas paralelas y perpendiculares negras, el fondo blanco y la aparición del azul, rojo y amarillo, me gustaba bastante. Me parecía que, de alguna manera, todo lo que tenía que estar estaba, y estaba bien. Fíjate qué complicado de explicar por escrito es esto, y te pido disculpas de antemano si no tienes ni idea de lo que quiero decir. Pero a veces ocurre eso con el arte: sientes cosas que cuesta poner en palabras. 

Composición C. Mondrian. 1920. MoMA

 

LA IMAGEN DEL PODER

La primera vez que pisé la Capilla Sixtina tenía 12 años. Fue un viaje que recuerdo con muchísimo cariño, porque mi madre y mi tía quisieron llevar a mis abuelos (principalmente a mi abuela) para que vieran Roma al menos una vez en la vida. Y me llevaron. 

Sobre decir que me encantó todo, que cumplí incluso clichés porque recuerdo entrar en San Pedro y sentir cómo se me humedecían los ojos hasta el punto de que una lágrima me resbaló por la mejilla. Todo me maravillaba, pero en la Capilla Sixtina me quedé sin aliento. Y no por toda la decoración de la capilla. 

Cuando miré al Juicio Final me sobrecogí. Aquella sucesión de cuerpos que ascendían y descendían. Aquellos grupos amontonados en nubes en las que apenas cabía un alfiler. Y en el centro, una imagen de Cristo que impone orden y mira incluso con desdén hacia abajo. Además de la anatomía "miguelangelesca" que lo convertía en un personaje de una corpulencia monumental, la expresividad en absoluto amable del gran protagonista de la escena me dejó anonadada. 

A día de hoy no recuerdo haber tenido una impresión tan fuerte con otras obras. 

Juicio final. Miguel Ángel. 1536-41. Fresco. Capilla Sixtina.

 

 

DANZAS DE COLORES

Siempre me han gustado los colores y el color en el arte es al final uno de los aspectos sobre los que más he aprendido, principalmente desde la perspectiva histórica y técnica. Pero durante la infancia y la adolescencia, los encuentros con las obras en las que el color es protagonista sin que tuviera que estar supeditado a otros aspectos (como la figuración), me llamaban muchísimo la atención. 

Y es que tenía la sensación de que me asomaba a un universo que se parecía a veces a lo que veía cuando cerraba los ojos y manchas, formas, fogonazos se dibujaban en mi cabeza. Por ello muchas obras de Kandinsky me resultaban estimulantes. 

Azentrales. Kandinsky. 1924. Gouache y acuarela sobre cartulina. MNCARS.

 

EL INICIO DE MUCHAS COSAS

Las obras del Museo del Prado son de las más reconocibles para mí y conforman un poco la historia del arte que tengo en la cabeza, porque es uno de los museos, sino el que más, he visitado a lo largo de toda mi vida.

Una obra que siempre me atrapaba, en parte por su color, en parte por su composición, en parte por la curiosidad, era la Anunciación de Fra Angelico. De pequeña mi color favorito era el azul y de mayor... bueno, el nombre de mi proyecto lo deja bastante claro. 

Pues precisamente el azul de Fra Angelico, así como el pan de oro que emplea, son dos elementos clave en el logo y la identidad de Azul de Acre. Porque de ahí nació la inspiración. Fíjate que hasta una de las fuentes que utilizo se llama "quattrocento". 

 

La Anunciación. Fra Angelico. 1425-26. Temple y oro sobre tabla. MNCARS.

 

Espero que esta selección de obras te inviten a exponerte al arte sin miedos ni prejuicios porque, como ves, además del infinito mundo que se abre cuando comienzas a aprender, está la experiencia y la impresión personal, basada en impulsos curiosos o en conexiones sensoriales, y eso es también hermoso. 

Te invito a que, la próxima vez que te enfrentes a alguna pieza, intentes por un segundo trasladarte a ese yo de la infancia y dejes que tu mirada fluya sin restricciones o sin intentar encauzarla desde la razón y del aprendizaje. Seguro que te sorprendes. 

 

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