
¿Por qué me gusta tanto Velázquez?
Mar 01, 2025Decir que Velázquez es mi pintor favorito es algo tan típico que hasta me molesta un poquito. Es cierto que mi admiración por el arte de la pintura es muy diversa y abarca muchos estilos, épocas y figuras. Pero quizá desde un punto de vista más personal y emocional, no puedo evitar ser tan evidente.
¿Por qué me gusta tanto?
Me gusta porque cuando observo a personajes que ha retratado, siento que podría tener una conversación con ellos. Su fama como retratista está bien ganada y era una de esas personas que lograba hacer algo de magia con las caras que pintaba. Más allá de rasgos bien definidos y captados, parece siempre haber una chispa de vida en esas personas de dos dimensiones que han quedado fijadas en el lienzo.
Retrato de Juan de Pareja (detalle). 1650. Velázquez. Metropolitan Museum, Nueva York.
Me gusta porque capta tan bien la imagen de sus retratados que puede darlos a entender con apenas un borrón en la distancia o un par de pequeñas pinceladas. Reconocer a Felipe IV es siempre fácil cuando va de la mano de Velázquez
Detalle de La tela real, hacia 1632-1637. National Gallery, Londres. Detalle de La familia de Felipe IV o Las Meninas. 1656. Museo del Prado.
Me gusta porque en sus obras mitológicas, logra convencernos de que los dioses pueden manifestarse en el terreno de los mortales, en la realidad cotidiana. Me gusta que esa separación entre lo común y lo divino se convierta en un finísimo velo que es imperceptible salvo que observes con atención lo que está ocurriendo.
Detalles de El triunfo de Baco o los Borrachos, 1628-29 y de Marte, hacia 1638. Museo del Prado.
Me gusta porque aunque su naturalismo alcanza la verosimilitud como pocos, reivindica la pintura como medio y como materia. No hay una imagen pulida y perfectísimamente detallada. Y aunque de lejos creas que si caminas hacia la obra en algún momento podrás entrar en el espacio que recrea, porque dudas de si es ilusión o es realidad, a medida que te acercas, la respuesta queda clara: es pintura. Son brochazos, pinceladas o leves veladuras, pero ahí están: tan evidentes que resulta desconcertante.
Detalles de La familia de Felipe IV o Las Meninas. 1656. Museo del Prado.
En el fondo también me gusta tanto porque es una de esas figuras que siempre me han acompañado. Hay un recuerdo que mucha gente atesora y es el de la primera vez que visitaron el Museo del Prado. Yo, sinceramente, no lo tengo. Pero creo que eso significa que tengo el privilegio de que siempre haya estado en mi vida. Sí soy capaz de rememorar conversaciones de pequeña con mi madre o con mi abuela sobre la niña rubia rodeada de gente en ese cuadro tan grande, y preguntarme qué está ocurriendo ahí.
Convenimos entonces que Velázquez es para mí un lugar familiar, que siempre ha estado ahí. Pero conforme he crecido, se ha convertido en algo más: un gran alegato a favor de la pintura como un mundo de posibilidades, en la que el juego entre realidad y ficción siempre tiene una vuelta de tuerca más.
De momento, eso es todo.
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Cuídate mucho,
Ángela.
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